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¿La esperanza es lo último que muere? Experimento científico demostró que es lo primero que se pierde

La prueba se ha repetido miles de veces en el mundo pero gracias a PETA se ha reducido de manera considerable

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El biólogo estadounidense Curt Richter realizó en 1957 un experimento con ratas y cilindros de agua para estudiar las diferencias de las reacciones al estrés de ratas salvajes y domesticadas.

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Richter publicó su artículo porque encontró en las ratas un fenómeno similar al estudiado por Walter Cannon, uno de los fisiólogos más destacados del siglo XX.

En un artículo titulado "Muerte vudú", publicado en 1942, Cannon menciona varios casos de muertes misteriosas, súbitas y aparentemente psicógenas, en varias partes del mundo, que ocurrían durante las 24 horas después de que un individuo violaba alguna regla social o religiosa.

"Un indio brasileño condenado y sentenciado por un supuesto hechicero, indefenso frente a su propia respuesta emocional a este pronunciamiento, falleció en cuestión de horas (...) Una maorí en Nueva Zelanda que se comió una fruta y más tarde se enteró que provenía de un lugar tabú. Al mediodía del día siguiente, murió", explica.

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Tras una minuciosa revisión de la evidencia, Cannon quedó convencido de la realidad de este fenómeno y se preguntó: "¿Cómo puede un estado de miedo siniestro y persistente acabar con la vida del ser humano?".

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Según explicó Richter, Cannon llegó a la conclusión de que la muerte se producía como consecuencia del estado de shock producido por la continua liberación de adrenalina.

Y resaltó que, de ser así, se esperaría que en esas circunstancias los individuos tuvieran, entre otras cosas, la respiración agitada y su corazón latiría cada vez más rápido, "lo que gradualmente lo conducía a un estado de contracción constante y, en última instancia, a la muerte en sístole".

Pero resulta que el estudio de Richter con ratas mostraba todo lo contrario.

Richter metió ratas domesticadas en cubetas de vidrio de las que no podían escapar, para observar cuánto tiempo sobrevivían nadando en agua a diferentes temperaturas antes de ahogarse.

"A todas las temperaturas, un pequeño número de ratas murió entre 5-10 minutos después de la inmersión, mientras que en algunos casos otras aparentemente no más saludables, nadaron hasta 81 horas".

Las variaciones eran demasiado grandes para que los resultados fueran significativos, pero la solución vino de una inesperada fuente: "el hallazgo del fenómeno de la muerte súbita".

Richter modificó el experimento. Además de las ratas domesticadas, introdujo a los contenedores unas híbridas y otras recién atrapadas en las calles.

Mientras la gran mayoría de ratas domesticadas nadaron de 40 a 60 horas antes de morir, las híbridas (cruces de domesticadas y salvajes) "murieron en un tiempo muy breve".

Pero lo más sorprendente fue que las salvajes, que suelen ser fuertes y excelentes nadadoras, se ahogaron "1-15 minutos después de la inmersión en los frascos".

Cannon aseguraba que las muertes súbitas sucedían luego de que la gran cantidad de adrenalina liberada por el estrés aceleraba los latidos del corazón y la respiración.

Sin embargo, los datos recogidos por Richter mostraron que "los animales morían con una desaceleración del ritmo cardíaco en lugar de una aceleración". La respiración se ralentizaba y la temperatura del cuerpo disminuía hasta que el corazón dejaba de latir.

"¿Qué mata a estas ratas?", se preguntó. "¿Por qué todas las ratas salvajes, feroces y agresivas mueren rápidamente, mientras que eso sólo le ocurre a pocas de las ratas domesticadas mansas tratadas de manera similar?".

Incluso, algunas de las salvajes morían antes de que las metieran en el agua, cuando los investigadores las tenían en las manos. Richter identificó dos factores importantes para que ocurriera:

  • La restricción involucrada en retener a las ratas salvajes, aboliendo así repentina y finalmente toda esperanza de escape.
  • El confinamiento en el frasco de vidrio, eliminando aún más toda oportunidad de escape y al mismo tiempo amenazándolos con ahogamiento inmediato.

En vez de disparar la reacción de lucha o huida, lo que Richter veía era desesperanza.

"Ya sea que estén sujetas en la mano o confinadas en el recipiente para nadar, las ratas se encuentran en una situación contra la cual no tienen defensa. Esta reacción de desesperanza la muestran algunas ratas salvajes muy poco tiempo después de haber sido agarradas con la mano e impedidas de moverse; parece que literalmente 'se rinden'", dice el estudio de Richter.

Por otro lado, si el instinto de supervivencia debía haberse disparado en todos los casos, ¿por qué las ratas domesticadas parecían convencidas de que si continuaban nadando al final podrían salvarse?

Richter volvió a modificar el experimento: tomaba ratas similares y las ponía en el frasco. Pero, justo antes de que murieran, las sacaba, las sostenía un rato, las soltaba por un momento y luego las volvía a meter al agua.

"Así", escribió, "las ratas aprenden rápidamente que la situación en realidad no es desesperada; a partir de entonces, vuelven a ser agresivas, intentan escapar y no dan señales de darse por vencidas".

Ese pequeño interludio marcaba una gran diferencia. Las ratas que experimentaban un breve respiro nadaban mucho más: al saber que no estaban condenadas, que la situación no estaba perdida, que era posible que una mano amiga las salvara, luchaban por vivir.

"Tras eliminar la desesperanza", escribió Richter, "las ratas no mueren".

La intención de Richter era contribuir a la investigación de la llamada muerte vudú, que, resaltó, no sucedía sólo en "culturas primitivas", como señaló Cannon.

"Durante la guerra se informó de un número considerable de muertes inexplicables entre los soldados de las fuerzas armadas de este país (EE.UU.). Estos hombres murieron cuando aparentemente gozaban de buena salud. En la autopsia no se pudo observar patología. Aquí también es interesante que, según el Dr. R. S. Fisher, médico forense de la ciudad de Baltimore, un número de personas mueren cada año después de tomar pequeñas dosis de veneno, definitivamente subletales, o después de infligirse pequeñas heridas no letales; aparentemente fallecen como resultado de la convicción en su muerte".

Su experimento se repitió miles de veces en laboratorios farmacéuticos para probar componentes antidepresivos luego de que en 1977 el investigador Roger Porsolt descubriera que las ratas a las que se les suministraban batallaban por más tiempo.

Como colofón, gracias a las acciones de la organización protectora de los derechos de los animales PETA, la práctica de hacer nadar a las ratas en laboratorios se ha reducido considerablemente.

La idea de que la esperanza da a esas criaturas la fuerza para luchar por sus vidas en medio de una situación desesperada se hizo famosa fuera de su entorno natural.

Con información de BBC News

abc

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